La ropa de segunda mano y sus energías
- Miguel Martinez
- hace 6 días
- 6 Min. de lectura
Como compradora de ropa de segunda mano desde los 12 años, me ha costado entender los motivos por los que mucha gente aún la rechaza
Corrían los años 90 cuando compré mi primera prenda de segunda mano en una tienda del pueblo de Inglaterra: una camiseta de manga corta de color azul marino, con tela de canalé y que se cerraba con una cremallera plateada de arriba a abajo. Nos pasábamos las tardes en las tiendas Virgin o HMV, escuchando música y comprando singles de los artistas del momento (o el album completo si habías ahorrado lo suficiente), y buscando tesoros vintage en tiendas que olían a incienso y mientras se escuchaba a Alanis Morissette y Pearl Jam.

Las sudaderas brillantes de Adidas con sus características rayas laterales eran las más preciadas, pero no las nuevas: si no las comprabas de segunda mano, eras menos cool. Lo mismo con los pantalones vaqueros con infinidad de agujeros y roturas hechas a propósito, o los pañuelos de algodón dignos de la pierna de Punky Brewster. La segunda mano era alternativa, era guay, y parte de la cultura de una tribu urbana que sin querer rechazaba el consumismo y la moda rápida que años después (sin nosotras saberlo) se convertiría en una auténtica plaga que comenzaría a destruir el medioambiente un poco más con cada camiseta de polyester de 2 euros.
No tengo ni idea de si mi grupo de amigas y amigos era el indicado por casualidad, o es que mi neurodivergencia me hacía levitar naturalmente hacia los grupos que rechazaban las normas sociales establecidas. O quizás, simplemente un extrovertido me adoptó y me incluyó en el grupo porque le caí en gracia. No tengo ni la más remota idea, pero sé que gracias a ello, 30 años después sigo consumiendo moda de segunda mano como costumbre.
Sin embargo, aún no deja de sorprenderme que esta costumbre no haya sido establecida como la norma en nuestra sociedad. Digo que “no deja de sorprenderme” como frase hecha, porque en realidad no me sorprende lo más mínimo. La segunda mano es precisamente el modelo de consumo que desafía al egoísmo y el capitalismo en el que nos vemos obligadas a participar cada día, y eso nos parece “raro”, nos hace sentir que nos estamos saliendo de la norma establecida, y eso, nos hace sentir incómodas.
Sin embargo, más allá de nuestra necesidad de sentir que no nos salimos de la norma y el Status Quo, existen factores muy comunes que muchas personas han interiorizado y que les hace dudar a la hora de comprar cualquier prenda que perfectamente habría llevado Geri Halliwell o Billie.
Y es que es curioso que la segunda mano se vea, en ocasiones, como algo relacionado con la falta de recursos económicos o la precariedad (propia o heredada), mientras la compra de camisetas de 2 euros en Shein se considere algo que afirma nuestro estatus social y nos distancia de experiencias pasadas de la precariedad solo porque nadie se lo ha puesto antes. Esto demuestra que todo está en el coco y que nuestro miedo a sentirnos con “menos posibilidades” que otros nos lleva a rechazar algo que debería estar normalizado.
Y es que es curioso que la segunda mano se vea, en ocasiones, como algo relacionado con la falta de recursos económicos o la precariedad (propia o heredada), mientras la compra de camisetas de 2 euros en Shein se considere algo que afirma nuestro estatus social y nos distancia de experiencias pasadas de la precariedad solo porque nadie se lo ha puesto antes. Esto demuestra que todo está en el coco y que nuestro miedo a sentirnos con “menos posibilidades” que otros nos lleva a rechazar algo que debería estar normalizado.
En ocasiones también he escuchado la mención de energías ajenas como si el propio diablo hubiera sido capaz de ponerse un crop top con dibujos de los Osos Amorosos. Personalmente, creo que no hay nada que una lavadora y un poco de salvia o palo santo no puedan solucionar (o ahuyentar), pero ciertamente el temor inconsciente a la transferencia emocional es algo que se repite mucho cuando la ropa previamente amada se menciona en alguna conversación.
Sin embargo, desde mi punto de vista, estos casos son minoritarios. Hay algo mucho más turbio, extendido y que ni cuatro duchas con sal e incienso podrían borrar de nuestro subconsciente: una identidad basada en el consumo. En nuestra sociedad, las marcas y lo nuevo son formas de expresar la identidad, el éxito o la pertenencia a un grupo. La ropa de segunda mano nos parece una amenaza a esa narrativa personal: “Si no estreno ropa cada temporada, ¿qué dice eso de mí? ¿Que no me lo puedo permitir y soy pobre? O al menos, ¿soy más pobre que mis compañeros de trabajo?”. Porque claro, ¿cómo vamos a demostrar nuestro -falso- poder adquisitivo si nuestro entorno no nota que la prenda que llevamos está nuevita y reluciente? Es decir, si me pongo algo que alguien ya ha usado, y no tiene esa pinta de actual y ese planchado reluciente, ¿cómo puedo demostrar a mi entorno que tengo poder adquisitivo? Porque no puedo permitir que crean que tengo menos que ellos… ¿no?
Cuando una sociedad y un sistema te meten en la cabeza que tu valor lo dictan tus pertenencias y tu productividad (precariedad) para conseguirlas se romantiza constantemente para alimentar al gigante que ha creado todas estas narrativas, es más que normal caer en esa trampa. Yo misma he caído en ello, pero fue precisamente trabajar en el mundo de la moda lo que me hizo aborrecer esa necesidad constante de demostrar, presumir, asegurar. Para mí, fue como ese evento canónico por el que todo adolescente pasa: llega el día en el que tomas demasiado Malibú con piña, te pillas una torrija que te saca hasta la primera papilla, y nunca más lo quieres volver a probar. El Malibú con piña ha podido contigo, te ha hecho odiarlo hasta el punto en el que solo pasar por delante de la botella en el supermercado te da arcadas.
Historia real, me temo.
Pero gracias a ello, hoy puedo decir, alto y claro:
Hola, me llamo Ally y soy ex-adicta a comprar ropa nueva cada semana.
Podríamos llamarlo terapia de choque, podríamos llamarlo madurar o que se te desarrolle el lóbulo frontal, pero sea como fuere, es algo que como sociedad, debemos cambiar y superar. Es el miedo a no mimetizarnos con la máquina capitalista e insostenible que destroza vidas cada día, aquella máquina que alimenta al monstruo que no se esconde bajo nuestra cama, sino tras promesas vacías y etiquetas de colecciones sostenibles con menos credibilidad que los muñecos saltarines con hilos que vendían en las Ramblas de Barcelona.
La ropa de segunda mano es un posicionamiento ético y político. Es rechazar lo que nos han metido en la cabeza sobre nuestro valor como personas. El valor no te lo da la capacidad de comprar camisetas de 2 euros hechas por personas pobres cada semana. No te lo da ponerte el estampado de la temporada como si fuéramos clones, y mucho menos, la necesidad de demostrar que estás jugando, voluntariamente, bajo las mismas reglas que te están oprimiendo para que solo puedas permitirte comprar una camiseta de 2 euros.
Comprar de segunda mano, así como reparar y utilizar lo que ya tienes, es la verdadera riqueza, porque ¿qué puede haber más rico que preservar el planeta en el que vivimos (tú y yo, y Pedro Pascal)? Es apreciar a otros humanos y dejar la misantropía y el individualismo que hemos mamado desde pequeños a un lado para entender que valemos más por lo que hacemos que por lo que tenemos.
Optar por la opción más sostenible, ética y compasiva es todo lo contrario a escasez.
Es abundancia, abundancia de empatía y estilo propio, que es lo que los magnates de la moda rápida han querido borrar de nuestra mente para seguir comprándose nuevos yates cada verano.
Así que la próxima vez que alguien te pregunte por qué compras ropa de segunda mano pudiendo permitirte ropa nueva, puedes decirles que simplemente lo haces porque te gusta arruinarles las vacaciones a los multimillonarios.
Más poético imposible.
Si quieres estrenarte en la moda de segunda mano visita Viamalama Vintage
Kommentarer