Te lo digo de verdad.
El otro día en una de mis sesiones de running (¿de correr? ¿de carrera?) mientras iba observando la playa y escuchando mi música y las olas de fondo, me di cuenta de que me adelantaron un par de corredores. Por un momento, mi instinto fue el de sentir que iba demasiado despacio. Quizás necesito entrenar un poco más. ¿Quizás mis zapatillas tienen demasiada amortiguación y eso me hace ir despacio? O quizás es que simplemente no estoy tan en forma como creo. Igual es que…
Y en ese momento me di cuenta de que mientras estaba inmersa en estos pensamientos, yo misma adelanté a dos personas.
Así de ridículos somos.
Una cosa que he ido aprendiendo a lo largo de los últimos años y que me ha dado una paz interior inmensa, ha sido el aprender a no compararme con los demás. Es algo que intento practicar y llevar a cabo cada día. Desde mi punto de vista, es imposible no hacerlo de vez en cuando o que ese sea nuestro instinto, porque somos animales, y como tales, siempre intentamos averiguar nuestro estatus dentro de un grupo de personas. Esto lo hacemos instintivamente; los animales (perros, vacas, gatos, pájaros, hipopótamos) necesitan saber cuál es su estatus dentro de la manada para determinar a quién pueden someter y a quién no. De hecho, las peleas entre animales el 99% de las veces se deben a este tipo de necesidad de determinar quién es el más fuerte, a quién pueden someter, y con quién no se pueden meter.
Lo gracioso es que como animales que somos, hoy en día seguimos haciendo lo mismo, pero en lugar de estirarnos de los pelos o mordernos en el cuello, intentamos encontrar nuestro estatus mediante nuestros logros y las cosas que nos compramos. Es decir, yo soy capaz de correr una maratón y tú no, tú eres jefe y yo no, tú tienes un bolso de Chanel y yo no. Tú estás más cerca del canon de belleza que yo. Esa es nuestra forma actual de compararnos con los demás, y de sentirnos superiores o inferiores. Hoy en día y sobre todo en redes sociales, es fácil caer en la trampa y sentirnos mal cuando vemos las vacaciones en Honolulu de tal blogger, el bolso o los zapatos a la última de tal celebrity, o los regalos ridículamente caros que reciben algunas personas en su cumpleaños. Es tan fácil sentir que tu vida no va demasiado bien cuando te comparas de esta forma… Y lo peor de todo es, que parece que siempre comparamos lo mejor de la vida que suponemos que llevan los demás, con lo peor de la nuestra.
Compararse con otras personas, además de dañino es totalmente inútil, más que nada porque ¿cuándo terminan las comparaciones? Es decir, incluso si nos comparamos con X persona, y conseguimos lo que ella tiene, ¿acaso no estaremos dentro de poco comparándonos con Y y volviendo a sentirnos inferiores? Es una de las actitudes más tóxicas que podemos tener, y crea muchísimo resentimiento. Y no creáis, porque lo mismo ocurre a la inversa. Compararnos constantemente con los demás para sentirnos superiores, es la fórmula más infalible de sentirnos solos y desconectados del resto de las personas. Y si sentimos la necesidad de compararnos con los demás para sentirnos superiores, vaya, dejadme decir que yo ahí veo un problema bastante gordo de autoestima. Quien sabe y reconoce su propio valor, no necesita sentirse ni más ni menos que nadie más.
Siempre digo que, el valor que tiene una persona, no se lo da ni su trabajo, ni su dinero, ni sus capacidades físicas, ni su aspecto, y mucho menos, sus pertenencias. Creedme que esto es algo que a mí misma me ha costado interiorizar, porque la sociedad en la que vivimos nos inculca precisamente eso, y lo hace precisamente porque a la economía le interesa. El valor de cada persona no lo miden estas cosas, sino el tipo de persona que es y lo que aporta a este mundo. Esa es la única forma de medir el valor de una persona.
Mientras iba meditando sobre este tema mientras seguía corriendo y escuchando a Ellie Goulding, miré hacia el frente y me di cuenta de que dos corredores venían en dirección contraria. Uno de ellos, en silla de ruedas, y manteniendo la misma velocidad que su compañero.
ESA es la gente que admiro. No la que tiene el cajón de maquillaje más grande, la que gana medio millón al año o se va de vacaciones a Honolulu.
Siempre habrá alguien más alto que tú y siempre habrá alguien más bajo que tú. Siempre habrá gente que corra más rápido y más tiempo que tú, y siempre habrá gente que corra más despacio y menos tiempo que tú. Siempre. Por eso, solo quiero recordarte, y recordarme a mí misma de paso, que la única y exclusiva persona con la que debemos compararnos, es con nuestro yo de ayer. Solo para mantenernos humildes y recordar que cada día debemos ser un poco mejores. Un poco mejor persona, un poco mejor pareja, amiga, hija, hermana, tía, compañera, jefa.
Esa es la única comparación que sirve de algo, la única que nos hará crecer como persona, y la única que hará de este mundo un lugar mejor cada día.
xx
Ally
Pues sí, debemos de dejar de mirar al otro y aceptar como somos nosotros, cómo podemos mejorar para ser una mejor persona en comparación a nosotros mismos. Hace poco leí en un libro que hay que dejar de preocuparse por el dinero, el afecto, la comodidad,… para ser más libres, disfrutar el momento y ser nosotros mismos, sin ataduras.
Por cierto, hace poco he descubierto tu blog y me gusta tu filosofía de vida, sobretodo el «Cero waist», cosa que gracias a él he descubierto un poco más. Me voy a hacer con esas bolsas reutilizables para verduras, no sabía que existían.
Un abrazo!!
Cero waist me encanta! jaja Un besazo xx